domingo, 23 de enero de 2011

MONTAÑITA: LA CIUDAD QUE NUNCA DUERME

El pueblito son básicamente tres calles verticales que cruzan con otras tres horizontales en paralelo a la playa. Magnífica la playa, eso sí: grisácea arena fina hasta donde alcanza la vista, agua clara y fuerte oleaje, digno del océano Pacífico que tan poco honor hace a su nombre; carritos ambulantes que venden ceviche con ostras del tamaño de medallones de merluza, 
sombrillas de colores, hamacas... vendedores de todo lo imaginable caminan por la playa haciendo aún más fácil la vida del turista que no quiere hacer nada más que descansar al sol y relajarse. Ensalada de frutas, deliciosas focaccias, croissants, mojitos...
La estancia aquí ha sido como unas vacaciones dentro del viaje, “la vida del backpacker a menudo no es tan relajada”.

Montañita: sexo, alcohol, drogas y surf” así se titula un libro que encontré
 hace unos días en el mostrador del bar de un amigo chileno... - “pues no he hecho surf - pensé para mis adentros – ¿tendré aún tiempo de aprender?”. “The city that never sleeps...” de ahí el titulo de esta aventura, y cómo no decir que las Navidades, la Nochevieja en particular, el Año Nuevo y los días cercanos, son particularmente fuertes en lo que a turismo y fiesta se refiere.


Debo agradecer a los franceses la idea de pasar aquí estas fiestas navideñas, pues Ecuador apenas entraba en mis planes, y ha sido una grandísima elección; 
además los reencuentros siempre son hermosos y volver a encontrarme con ellos, y con los dos rastas de Malta que conocí en Popayán, 

cuando el derrumbe de la Panamericana al sur de Colombia me impidió salir del país, fue tan divertido como enriquecedor. 
Babas es una persona con un aura fuera del normal, uno se siente bien tan sólo estando a su lado, relaja el alma y su sonrisa calma el espíritu, sientes ganas de abrazarlo.
¿¡y qué voy a decir de Abraham “taca taca”!? Sobran las explicaciones, conocerlo, es quererlo.


Es curioso cuando estás viajando, 
sobre todo viajando solo, sientes que las relaciones son más intensas en mucho menos tiempo, puesto que compartes con las personas que conoces todo tu tiempo. A parte creo que uno es más él mismo cuando no está subyugado por las alienaciones del día a día, el trabajo, el estrés, la presión de la sociedad estresante y consumista en la que vivimos. Consecuentemente, encontrar a alguien con quien has pasado tres o cuatro días enteros es casi tan emocionante como reunirte con un amigo de toda la vida.

Tras la odisea vivida para salir del país, y un arduo viaje de treinta y una horas desde Popayán hasta Puerto López, exhausta, me encontré con mis amigos en un hostel muy cuco de esa pequeña villa costera. 
Fue una alegría volver a ver, casi dos meses después a Elian y Yoann, primeros amigos en esta aventura suramericana, con los que había pasado un gracioso viaje en autobús Barranquilla-Santa Marta, y felices días en Taganga/Sta. Marta cuando Nacho aún formaba parte de mi aventura; eran ahora tres, pues en Ecuador se habían unido con Antonin, amigo suyo de la universidad, que hablaba español de España con un toque de acento sevillano, y es, sin duda, un personaje carismático donde los haya, al tipo no se le acaba la cuerda, siempre cantando, bailando, tocando la armónica... lleno de energía de la buena, y de los que se la contagia al resto.

Pasamos un día de relax playero (que falta me hacía) y partimos rumbo a Montañita con el siguiente amanecer. Ellos habían viajado por la costa haciendo autostop desde Canoa y pretendíamos hacer lo mismo hasta nuestro destino final, pero claro, ya no éramos tres si no cinco, pues además de conmigo, se habían encontrado con otro francés: Marc, que habían conocido en Lataconga.

Fue divertida la experiencia, al menos intentarlo, salimos con nuestras mochilas del pueblo y al inicio de la carretera, alzamos nuestros pulgares a todos los “pick-up” que pasaban, con tal suerte que nos paró uno pero no hacía el recorrido entero, así que tras dejarnos en Puerto Rico, ni siquiera a mitad de camino, y al ver que no estaban muy por la labor de llevarnos los vehículos que pasaron en la siguiente media hora, dadas las ganas que teníamos de llegar a Montañita, acabamos por tomar un colectivo. (Autobús para los españolitos)

Y por fin, a mediodía llegamos a Montañita, la “ciudad” es como la describían, un poco gringo-land pero al tiempo es un pueblo lindo de casas de bambú y techos de paja, con palmeras y hippies parchando en sus calles, lleno de restaurantes, puestos de cócteles y comida ambulante, música sonando en cada esquina... y la maravillosa playa de la que antes hablaba.
Los franceses tenían intención de pasar aquí sólo la Navidad y partir después rumbo Cuenca para no demorarse demasiado en su viaje hacia Perú y Bolivia, pero a mi, tras haber escuchado muchos comentarios sobre la magnitud de las celebraciones de fin de año en el lugar y ante la posibilidad de que llegasen mis amigos malteses, la idea de quedarme más tiempo me rondaba ya por la cabeza.

Los primeros días fueron tranquilos, el sol no dejó de brillar ni uno sólo, así que nos dedicamos casi en exclusiva a tomar el sol, nadar, dormir hasta tarde, beber riquísimos cócteles y zumos (aquí jugos) que venden por $2 o $1,5 respectivamente, ver como el sol usaba el cielo de paleta tiñéndolo de mil y un colores, y desparramar un poco las primeras noches.
La Navidad fue genial, pese a que la cena fuese deplorable, ya que cenamos en un restaurante bastante gringo, caro y de servicio muy poco profesional; pero nada logró quitarnos las ganas de pasarlo bien. El pueblo estaba bastante vacío y calmado, y la noche anterior había sido dura, pero afortunadamente encontramos un sitio muy bueno donde tocaba en directo una banda, y parece que se encontraba allí toda la gente que había salido en el lugar. En él amanecimos y nos dirigimos a la playa.
 Suerte tuvimos que al sol no le dio por salir muy pronto y pudimos seguir de charla y cerveceo mañanero sin que nos matasen los intensos rayos del astro rey, pues aquí cuando el Lorenzo pega, PEGA. Risas, bailes, nuevos amigos, música de todo tipo y Yoann hecho un auténtico crack, así definiría nuestra Navidad.

Cuando ésta pasó, la ciudad empezó a sufrir la transformación inversa al momento en que nos encontramos ahora. Cada día había más gente. El hostel “El Centro del Mundo”, frente al mar, en el que nos encontrábamos prácticamente solos el día 24 estaba completamente lleno para el 29 y en las calles se amontonaba la gente. Y ya se preveía lo que iba a ser la Nochevieja: una auténtica locura, a la que el trío franchute no pudo resistirse. Así que decidieron quedarse.

En esa semana previa al gran evento conocimos a los “viajeros más locales”, gente que estaba viajando y por una razón u otra se había quedado en Montañita, buscado un trabajo y decidido hacer plata para así poder continuar su viaje un poco más adelante. La primera fue Indira, una colombiana chiquitita y linda, que nos sirvió en la catastrófica cena navideña y acabó con nosotros bailando en caña grill y tomando cerveza en la playa la mañana del 25, nos hicimos amigas casi inseparables, fuimos a la playita y de farra nocturna juntas; con ella estaba Ricky, un argentino supermajete, y Carla, una nena peruana, amor platónico de Antonin, a la que conocí menos, pero que también parecía bien simpática; “la negra”, con la que siempre coincidía en el bar de Rodri, un gran tipo chileno que acababa de inaugurar “Los Calzones” junto a Carlos, otro compatriota.
En frente del cual hicimos un asado para la cena de Nochevieja, capitaneado por “el gringo”, un argentino, aunque su nombre despierte la duda, y Nuria (su novia) una española de León, que junto con Irate (vasca, como adivinareis por el nombre) y Noelia, son toda la representación española de mujeres que he encontrado en el camino. Y todas estaban semi-viviendo en Montañita...
Así que cenamos todos juntos: franceses, malteses y la selección hispano-latina local, pero a las 23:30 volvimos al hostel para tratar de juntarnos con los argentinos que compartían el gran dormitorio con nosotros desde un par de días antes, pero no los encontramos.

Habían llegado el día 28 al centro del mundo, y pasaron casi inmediatamente a ser el centro del mío, tres porteños: Nicolás “Amor”, el más jovenzuelo del grupo, de tonada encantadora y actitud cameladora típica de argentino, pero dulce y entrañable; Miguel, siempre alegrándonos la vida con su guitarra y sus canciones; Fede ¡qué puedo decir! otra joya...y acompañaba con la caja y el chapulín colorado las canciones de Miguel; 
y otro más: Héctor Hugo, de Jujuy, “el pelao” gran tipo, merecedor diría de un capítulo en exclusiva en este blog, que se encuentra haciendo una serie de voluntariados, trabajando sobre todo con animales, Bolivia, Perú, y ahora dirección Colombia...
Ellos se habían juntado, kilómetros antes, en Máncora, creo recordar, y tenían intención de trabajar y conseguir hacer algo de plata antes de seguir su camino. Resultado de sus variopintas ideas, acabaron vendiendo mojitos en la playa, “negocio” que no les fue para nada mal los días en que fui testigo de sus ventas.
Sólo decir que tanto ellos, como el otro Federico, que cayó en mi vida como un ángel con cara de indio, tocando la armónica, en el momento que más necesitaba conocer a alguien que me hiciera “cambiar el chip”; las cinco cordobesas: Mechi, Sol, Noel, Guille y Juli, que pasaron a ser siete (con Flor y Chili) y resultaron también de buenísima onda; los italianos Marco, Dani y Stefano y algún otro alma errante más, alegraron mis días en Montañita hasta que finalmente decidí reanudar mi viaje en soledad. Días de playa y noches de farra, con Babas y Abraham también hasta el final.
“Hermanos de otra madre”, (como decía Abraham) como los voy a extrañar...

A Montañita, a las navidades menos planeadas y mejores de los últimos años, pero sobre todo a la maravillosa compañía con la que tuve la suerte de contar, dedico este capítulo tan poco “objetivo” de mi blog.
Espero verlos en Buenos Aires, Madrid, Barcelona, Malta, Córdoba, Cuba, Lyon...o allá donde nuestros pasos nos vuelvan a unir... 
Feliz 2011 y sobre todo, Feliz Vida amigos ;)