miércoles, 29 de diciembre de 2010

SANTA MARTA Y TAGANGA EN LA COSTA CARIBEÑA

Dado que nuestro amigo en Bogotá estaba trabajando entre semana, decidimos partir rumbo norte al día siguiente de llegar, para poder visitar las ciudades de Santa Marta y Cartagena de Indias, de la cual todo el mundo hablaba maravillas. Santa Marta sin embargo, sería sólamente nuestro campamento base para tomar el trekking hacia la Ciudad Perdida de los Tayrona y disfrutar de las playas del Caribe a la vuelta.

La llegada ya fue algo “abrupta” pues debido al temporal, el avión no pudo aterrizar en Santa Marta, así que nos dejó en Barranquilla (ciudad vecina) y después de hacernos esperar un par de horas entre el avión y una sala del aeropuerto, decidieron completar el camino a nuestro destino final en autobús, sin reembolso o compensación monetaria alguna, claro está.
Ese fue para nosotros el primer indicio de algo quedaría más patente en semanas subsiguientes: “Colombia is different” ...y dirán luego de “Espain” pero no, no... Locombia se lleva la palma.

Si hay algo que he aprendido en este viaje es que todo pasa por algo, y cada retraso, cada altercado o inconveniente dibuja el trazo de tus pasos en el mapa de una manera diferente a la esbozada, poniendo personas maravillosas en tu camino y dando lugar a situaciones pintorescas pero siempre emocionantes, fruto sin duda del capricho del azar y el destino.

Esta aventura aeroportuaria nos hizo conocer a Elian y Yoann, dos franceses de Lyon, que habían comenzado también su viaje en Bogotá y se dirigían a Taganga/Cartagena para conocer el norte de Colombia antes de unirse a un tercer amigo en Ecuador. Tocada por mi vena más solidaria, al darme cuenta de que no se estaban enterando de la misa la mitad, sentados detrás de nosotros en el avión, me di media vuelta y les pregunté para intentar traducirles y explicarles lo que estaba ocurriendo en mi francés agonizante.
No sirvió para mucho más que hacernos amigos, puesto que aún subiendo al autobús, dos horas después, Elian no se había enterado que no era Santa Marta la ciudad en la que nos encontrábamos, y ¡era el que más parecía comprender de los dos! never mind, yo había hecho todo lo posible.
En el autobús conocimos a Will, (más adelante será bautizado como “Mitowill”) un rasta australiano de Byron Bay, que acababa de encontrarse con su hermana, tras varios meses de viaje por las Américas, recorriendo Chile en auto y viviendo “mil aventuras”. Para amenizar el trayecto del colectivo, Will nos invitó a vino chileno y vodka a palo seco, que bebimos mientras reíamos y contábamos anécdotas.

Llegamos a casa de Felipe, en Taganga sobre las 10 de la noche, 6 ó 7 horas más tarde de lo planeado, pero ahora éramos 4 y nuestros nuevos amigos merecían, desde luego, el precio de la espera. Alquilamos un bungalow para 4, la mar de lindo, y cruzamos los dedos para que tras la tormenta, viniese la calma y saliera el sol a la mañana siguiente permitiéndonos disfrutar de nuestro primer baño en el mar Caribe.

Y así fue. Pasamos juntos 3 días estupendos, aderezados con risas, ron, salsa colombiana, aceite de coco y zanahoria, pescadito fresco, mulatas costeñas, y el deleite de algún otro manjar lugareño. 
Es Caribe y hace un calor bochornoso, tanto si brilla el sol como si se oculta tras las nubes; las calles están sin asfaltar, el ritmo de vida es tranquilo y los lugareños son pachorrones, sin esa prisa europea que nos hace a todos correr de un sitio para otro sin apreciar la realidad que encontramos a nuestro paso, realidad que no es individual como a veces nos creemos, sino compartida con otros, que tan sólo percibimos parcialmente, desde nuestra ocupada vida, llena de obligaciones y relojes.

En la costa caribeña de Colombia vayas donde vayas suena música de fondo; el vallenato, la salsa, la cumbia, son todas parte de la banda sonora de las vidas tranquilas y relajadas de los lugareños, que se sientan en los estaderos, al borde de carreteras y caminos, a verla pasar. Tal cual, sin más estrés o preocupación que comer hoy y tener un techo bajo el que dormir cuando venga la tormenta. Así de sencillo. Los niños juegan en la calle, los perros descansan del abrasador calor en sombras cercanas, el vendedor ambulante ofrece frutas tropicales y zumos por el día, o arepas con queso, hamburguesas y salchipapas... a la caída de la tarde...
No tuvimos la suerte de conocer las playas blancas de arena fina que describía Curro, donde bucear entre corales y peces de colores, y bañarnos en aguas transparentes. La lluvia mermó en gran parte el objetivo de descansar en el Caribe, y la resaka de celebraciones posteriores a la aventura de Ciudad Perdida, nos hizo perder alguno de los pocos y valiosos días que teníamos cuando aún disfrutaba de las vacaciones con Nacho. “Next time”
Por tanto, la única playa que conocimos fue la de Playa Grande, atravesando un monte cerca de Taganga, que no estuvo mal, pero nada que ver con lo imaginado.
El agua es algo turbia y la arena no muy fina, aunque tuvo su encanto, comimos pescado rico y nos masajearon con aceites frutales.

Nos separamos de nuestros nuevos amigos en Santa Marta, antes de partir rumbo Ciudad Perdida, a donde no nos acompañaría, pero nuestra aventura continúa en Cartagena de Indias y prometo contarla antes de que termine el año...

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